Ciertas experiencias, aunque lejanas en el tiempo, dejan huellas inamovibles en nuestra conciencia, huellas que serán las que más tarde nos encaminen hacia un futuro ya preanunciado por los espectros de nuestro pasado. Es el caso de Paula Varsavsky, escritora de vocación temprana y periodista de desarrollo tardío, argentina de nacimiento pero marcada a fuego por la cultura anglosajona.
En una entrevista exclusiva con Conclusión, la periodista y escritora en relación a los escasos hábitos de leer y escribir que hoy parecen darse en la sociedad, dijo que “no hay que preocuparse, porque siempre habrá gente que escriba. Por otro lado, cuando apareció el libro electrónico y se anunció la muerte del papel, jamás sucedió -remarcó. Al contrario, el estallido de Internet favoreció a la lectura”. También ratificó que las personas pasan el día leyendo o escribiendo sin advertirlo.
De pequeña, Varsavsky viajó asiduamente por el mundo y habitó en grandes metrópolis, como Londres y Nueva York, para especializarse luego en literatura anglosajona y entrevistarse, cara a cara, con los mejores autores estadounidenses y británicos, entre los que se encuentran Richard Ford, Joyce Carol Oates, David Lodge, Edmund White, Michael Cunningham y otros catorce que integran el libro “Las mil caras del autor” (Eduvim, 2015).
Corrían los años setenta y Paula, una niña de trece años que había experimentado en carne propia los peligros de la dictadura argentina, caminaba entonces por las transitadas avenidas de Manhattan, donde se respiraba “libertad y cultura”: así fue como la música, el teatro, el cine y –sobre todo- la literatura la fueron absorbiendo, hasta transformarla en la autora de magnitud que es hoy.
“Empecé a escribir cuando era chica. Recuerdo que estaba en la primaria y frecuentaba talleres de redacción. Ya escribía cuentos y, a los veintidós, comencé a redactar mi primera novela “Nadie alzaba la voz” (Emecé), que terminé tres años después”, se ufana Varsavsky, con un tono de voz siempre templado que se contrapone con las historias salvajes que de su pluma supo extraer.
Vale recordar que Paula nació en Buenos Aires, luego de que sus progenitores regresaran –desde Londres– a su suelo natal. “En la ciudad porteña pasé mi infancia, hasta que mi papá (el reconocido astrofísico Carlos Varsavsky) que era de izquierda, tuvo que exiliarse por la dictadura. Tenía trece años cuando nos fuimos a vivir a Nueva York y a esa edad, ya percibía algo de lo que ocurría en mi país. Cuando llegué a Estados Unidos, me di cuenta que se respiraba libertad, que todo era muy diferente a lo que sucedía aquí. Eran dos mundos totalmente disímiles: las costumbres, las relaciones sociales y, vuelvo a repetir, las libertades. Es que en Argentina teníamos prohibidas muchas cosas; desde libros (como “La tía Julia y el escribidor”, de Mario Vargas Llosa) hasta música y películas. En relación a esto último, en los cines de Nueva York vi por primera vez Annie Hall, la comedia de Woody Allen. Tenía quince años y me dejaron entrar; mientras en Argentina estaba prohibida para menores de dieciocho”, recuerda la escritora, con la melancolía propia de quien cree que todo tiempo pasado fue mejor.
“Fue una experiencia muy buena, haber vivido en la ciudad neoyorquina entre los setenta y ochenta. Era una ciudad muy libre donde se respiraba arte. En la Argentina del proceso, en cambio, ni siquiera podíamos usar el pelo largo y teníamos que ir a todos lados con el documento”.
—Hace referencia al contraste abismal de dos mundos disímiles. Pero, ¿en cuál encontraba mayor inspiración a la hora de escribir?
—Es una pregunta difícil, porque creo que de ambos lugares tomé cosas y me nutrí de ellas como escritora. Es extraño, porque lo que más me influenció fue la literatura anglosajona, en la que luego me especialicé.No obstante, paradójicamente, todas mis novelas están inspiradas y situadas en Buenos Aires.
—¿Qué diferencia sustancial existe entre la literatura latina y anglosajona?
—Desde la década del setenta en adelante, estuvo de moda el realismo mágico (cuyos exponentes fueron el colombiano Gabriel García Márquez y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias), que es totalmente distinto a la literatura anglosajona. Es que esta última, es breve, concisa y poco barroca. Las novelas narrativas tienen mucha acción y ésta, a su vez, está bien llevada. Los anglosajones tienen un modo de narrar historias en donde se privilegia la acción dramática todo el tiempo y son –en cierto punto- más concretos. Pero quiero hacer una diferenciación sustancial, porque la literatura argentina, aunque la metían dentro del boom latinoamericano, no tenía muchas semejanzas con lo que significó la corriente del realismo mágico. En realidad, estuvo por afuera de eso. Nosotros siempre tuvimos grandes cuentistas, y en ese sentido nos parecemos bastante a la literatura norteamericana.
—Se extinguió para nuestra literatura toda una generación dorada, con Borges, Sábato, Cortázar, García Márquez, Galeano y otros. ¿Qué horizonte vislumbra?
—No hay que preocuparse, porque siempre habrá gente que escriba. Por otro lado, cuando apareció el libro electrónico y se anunció la muerte del papel, jamás sucedió. Al contrario, el estallido de internet, favoreció a la lectura. No lo advertimos, pero pasamos el día escribiendo o leyendo textos, por más que sean muy breves. La literatura siempre ocupará un lugar importante en nuestra sociedad, porque a la gente le gusta mucho que le cuenten historias, y eso jamás dejará de suceder. Quizás, es cierto, cambien los formatos y las formas; pero no dejará de haber escritores ni lectores. Al igual que la muerte del teatro, la vienen anunciando desde hace tiempo, y nunca sucede.
—¿Qué puede contar de su último libro, “Las mil caras del autor”?
—“Las mil caras del autor” es una colección de entrevistas a escritores ingleses y norteamericanos, que hice a lo largo de una década. El libro también forma parte de mi trabajo como periodista. Vale recordarlo: cuando empecé a escribir ficción, al poco tiempo me interesé en el periodismo cultural. Buscando un espacio innovador dentro de los medios, se me ocurrió la idea de ofrecer notas sobre escritores norteamericanos. Tuve una entrevista con el director del suplemento “Cultura” de La Nación, y me dijo que avance con eso. Al salir de la redacción estaba radiante de alegría, pero cuando me cayó la ficha de la realidad, me pregunté: ¿y ahora, cómo hago para conseguirlas? Las primeras las hice por teléfono, como a Irvin Yalom, Tim O’Brien y otros. Salieron bien y pudimos publicarlas, pero en 1998 viajé a Inglaterra y a partir de ahí, las entrevistas fueron cara a cara con los autores. Es que en esa ocasión fui a un seminario donde había novelistas conocidos y di con algunos como John Fowles, Hanif Kureishi, David Lodge…
—David Lodge fue uno de los entrevistados que más la impactó…
—Sí, pero también Richard Ford o Joyce Carol Oates. Ella es una escritora compulsiva, que escribió más de ochenta libros en su vida y todos los años es nominada al Premio Nobel. Era una persona imposible de contactar: yo llamé a la Universidad de Princeton, donde trabajaba, y me dijeron: no, hablar con Joyce es imposible; no da notas ni habla por teléfono. Después de tanto insistir, me aceptó la entrevista y viajé. Realmente, me impactó muchísimo su vida. Ella viene de una familia de clase muy baja, a la que llaman “basura blanca”. Creció en una granja, así que pudo cumplir “el sueño americano”: de venir de la nada absoluta, de tener una hermana autista, una vida difícil, a lo que es hoy. Me encontré con una historia de vida increíble, de intereses muy complicados pero apasionantes. Es una de las mayores especialistas en boxeo, incluso escribió sobre eso. Su padre había sido un boxeador de tercera categoría y ella era una de las mejores amigas de Mike Tyson. Conoció mucho el mundo del pugilismo, pero no el de los campeones, sino el submundo de los que luchan –con sus puños- para salir de la pobreza más extrema. Joyce venía de un mundo tan distinto al de la Universidad de Princeton (el mundo civilizado y erudito), que el contraste –a lo que llegó ser- me impactó. Tiene una sabiduría de la calle mezclada con un enorme conocimiento intelectual y eso no es muy común encontrarlo en los escritores. Además, se hizo millonaria. (Risas.)
—Dijo que conocer a Richard Ford también la marcó. ¿Por qué?
—Richard Ford es un consagrado escritor norteamericano que escribió éxitos como “El Día de la Independencia” y otros. Ford viene del sur de Estados Unidos, sin embargo, su álter ego es un personaje de clase media proveniente de Nueva Jersey, es decir, del norte. Él fue muy generoso con el tiempo: nos encontramos en Maine, que es un estado que queda bien al norte del país norteamericano. Ford fue periodista deportivo, así que tiene una gran pasión por la escritura y por el deporte. De hecho, su altura le permitió ser basquetbolista durante su juventud. Siempre quiso ser escritor, así que, cuando unió su pasión por el deporte y la literatura, escribió su primer libro trascendente, que fue “El periodista deportivo”. La entrevista la hicimos en una casa que tiene en Portland, en pleno febrero, donde el invierno no es como el de acá: hacía veinte grados bajo cero. Incluso, los mismos norteamericanos me decían: ¿vas a ir al norte ahora, en pleno febrero? Había que animarse… Para mí fue un desafío, tuve que tomarme varios trenes y él me fue a buscar a la estación. Tuvimos charlas larguísimas donde me contó muchas cosas. Una curiosidad es que, antes de ser escritor, había querido ser agente de la CIA. No lo hizo porque la novia que tenía en ese momento, que ahora es su mujer, lo disuadió.
—¿Existe un denominador común en todos sus entrevistados? ¿Qué enseñanzas tomó de ellos?
—Como periodista, la enseñanza que me dejaron las entrevistas son la perseverancia, la paciencia, la humildad y la honestidad. En el mundo anglosajón tenés que ser muy honesto y yo aprendí a generar confianza. Es que para que una persona pueda transcurrir sin que haya baches ni tensiones, tiene que haber empatía. Aprendí a mirar al entrevistado a los ojos y sostener la mirada. Asimismo, uno debe saber qué caminos tomar sobre la marcha, hay que tener flexibilidad. Si por un lado no anda la entrevista, hay que cambiar el eje. El momento de la entrevista es como el momento de la foto; el fotógrafo puede prepararse un día antes, pero en el momento de apretar el botón, no ve lo que saca. Lo mismo pasa con las notas: el instante no lo ves, por la intensidad de la charla, así que hay que volver a escucharlas.Por último, está el resultado, que es cómo te sentís luego de la nota, si cumpliste o no tus objetivos y expectativas.
—¿Qué pasión está más fogoneada en Paula Varsavsky, la de escritora o la de periodista?
— Mi pasión mayor es la de escritora. Pero yo diría, juntándolas, que la de “escritora entrevistadora”. Es que con las notas aprendo mucho, ya que me gusta intercambiar ideas con colegas. Además, disfruto al entrevistar a escritores anglosajones, porque conozco la cultura y es una forma de traerla para acá. Es una forma de traducir cultura.
—Por último, ¿tiene en mente algún proyecto a futuro?
— Estoy preparando otro libro de entrevistas, que incluye reportajes hechos en distintas circunstancias, también a autores locales. Ya que en “Las mil caras del autor”, todas las notas reunían las mismas características: fueron en los países donde viven los escritores y estuvimos cara a cara, solos. Bueno, en realidad, a veces aparecían otras personas, pero no interrumpían la escena. Por ejemplo, una vez que se metió Paul Auster cuando estaba entrevistando a su mujer, Siri Hustvedt. Es decir, es otro el recorte y vamos a ver cómo lo armo y qué hilo conductor encuentro para hilvanar las entrevistas.