A esperar

A esperar

 
“Thanks for sending "Waiting" I found it extremely moving, capturing very well the narrator's distress. The quick scenes of the children's reappearance, and then the brother's, are remarkable. You do so much so quickly, and so well. I like the story very much. I like how angry it is, how unresolved that anger still feels at the end.”

Benjamin Kunkel

 
N

o tuve que esperar demasiado para ver pasar el cadáver de mi enemigo. Sucedió inesperadamente pronto. Quizá esa misma sorpresa fue la que me mantuvo en vela toda la noche. A mi hermano lo habían pescado con un cargamento de cocaína en la frontera. ¿Qué frontera?, me pregunté.

Lo oí por radio mientras daba vueltas la cuchara de madera dentro de la olla con leche y azúcar. Preparaba dulce de leche. Entonces me sobraba el tiempo, ahora también. Llegaba de la peluquería y no tenía nada que hacer. Pensar que antes no tenía un minuto libre: volvía del trabajo para atender a mis hijos. También para atender a mi ex marido, hasta que pude librarme de él.

A veces logro hojear algún diario. Parece que el grupo era muy grande. Mi hermano aportaba la flota de taxis. Esa con la que tanto impactaba a mamá. Antes habían sido los desarmaderos de autos. A mamá le compró una casa nueva con jardín, pileta y quincho cubierto. A mí no me dieron ni un centavo. Se hacían unos asados fantásticos, parece. Una vez le pregunté a mamá si podía ir un domingo con los chicos. Nos tomaríamos un remise desde el centro de Salta, donde vivimos, hasta San Lorenzo.

Yo conocía San Lorenzo por las veces que había ido con mamá de chica. Ella miraba esas casas y se volvía loca. Ahora que lo pienso, porque me sobra el tiempo para pensar, creo que se volvió más loca cuando se mudó ahí. Perdió la identidad, que le dicen, como unos cantantes jujeños que se fueron a Buenos Aires, de ahí a España y después a Francia. Como se les terminó el repertorio, empezaron a usar trajes que ni en Jujuy se conocen. Mezclaban tango con palabras en quechua o guaraní. Al fin uno se volvió, para contar la historia. Pero mamá no volvió, ella se quedó en San Lorenzo. No sé de qué hablará ahora con las amigas nuevas que se había hecho, con las que tomaba el té. A mí nunca me invitó, sin siquiera darme explicaciones. Tampoco me dijo por qué había empezado a ir a ver a mis hijos a la casa del padre, meses después de que Juan y yo nos separamos.

Mi hermano está radicado en Tucumán desde que se fue a estudiar a la universidad. Allá estudió para contador. A él lo dejaron, a mí, no, para qué iba a estudiar siendo mujer. No me lo dijeron así, no me lo dijeron de ninguna manera. A mí no se me informaba de nada, se hacía nomás.

Desde que le compró a mamá la casa en San Lorenzo, cada vez que viene para en su casa. Antes iba a un hotel en el centro, entonces nos veíamos. No sé, quizá yo hacía un esfuerzo. Pero bueno, era mi hermano, pensaba siempre. También intentaba que los chicos lo vieran, era el tío. Néstor aparecía de golpe, en horarios raros. Yo hacía lo imposible para acomodarme, me iba temprano del trabajo y corría a verlo. Salía como si fuera un incendio.

Tráfico de cocaína, así se titulaba el artículo. Yo no leo los diarios. Me aburre. Lo que más sale son malas noticias y de eso ya he tenido suficiente. Me lo dijo una clienta, parece que era el cargamento más grande del siglo o algo así. Un auto lleno de cocaína, casi hecho de cocaína. Mi hermano le echó la culpa al taxista que lo manejaba. Que lo estafaban dice. Era como un negocio paralelo.

Desde entonces compro el diario, solamente para leer las noticias sobre Néstor. Es una forma de compañía. Es otra forma de olvidarme del momento en que se llevaron a los chicos. De tratar de olvidarme. Ya sé que no puedo. Pienso siempre en mis hijos, solamente en eso. Ya sé que no los voy a poder recuperar, me declararon inepta como madre. Estaba todo arreglado, mi hermano pagó al juez. Y yo como una tonta creyendo que mi hermano me quería, que estaba de mi lado. Después me enteré de que mamá iba a ver a mis hijos a la casa del padre. A mí dejó de llamarme.

Había decidido ir una vez por semana al Cine Club, siempre me había gustado ver películas raras. Ahí pasaban de esas que dan solo en Buenos Aires. Una compañera de la peluquería me dijo que iba, y que si yo quería ir… Entonces empecé a ir los miércoles. Era una distracción nomás, ni siquiera encontré un hombre con quién salir.

A veces, entre sueños, me acuerdo de la psiquiatra que me hacía esas preguntas, que después resultó que había contestado todo mal. Le conté la verdad: que nos pegaba a los tres, que tomaba mucho, cada vez más. Llegaba tarde a casa, yo no sabía dónde pasaba el día, me quería separar. Le teníamos miedo. Nos amenazaba. En realidad, yo ya prefería que no volviera. Cada vez que hablábamos discutíamos. Le dije que no quería hablar con él porque me interrumpía, hablaba encima mío. Se enojaba. Sus monólogos eran cada vez más largos. Usé las palabras más correctas que encontré. Fui puntual, igualmente me hicieron esperar dos horas. Llegué al trabajo después del mediodía.

“Se niega al diálogo”, ví que escribió. Solamente eso. Le hablé durante una hora y media. Me hizo muchas preguntas. ¿Cómo iba a reemplazar al padre de mis hijos? ¿Por qué les permitía que no lo vieran? ¿Ayudaba a que se encontraran? ¿Les hablaba bien a mis hijos de su padre?

Era una mujer con voz ronca, teñida de rubio. Hablaba encima de lo que yo le contestaba. Se nota que había hablado antes con el papá de los chicos. Me doy cuenta ahora. En el momento fue todo como una ráfaga. Estaba convencida de que tenía razón, en cambio, para ellos, resultó que era culpable.

Vino el oficial de justicia, o dos oficiales de justicia, la abogada, el padre, no sé quién más. Le dijeron a la pobre Clarita, la vecina que me ayudaba con los chicos, que si no abría la puerta se la tiraban abajo. Venían a llevarse a los chicos, tenían una orden judicial. Clarita quedó siempre asustada. El papel quedó sobre la mesada de la cocina durante mucho tiempo. Esos sellos, ese membrete… Lo único bueno de que todo esto se haya terminado es que ya no recibo esos papeles.

Procesados con prisión preventiva, así decía en el diario. Se referían a mi hermano y a uno de sus amigos de la infancia, al que le decían “Pichi”. Les habían dado ocho años de cárcel, contrabando agravado de estupefacientes, drogas peligrosas, red de conexiones con otras partes del país. Hasta tenían socios en Buenos Aires y Montevideo. Entonces ya no nos volveríamos a ver. Fue un alivio, claro.

Cuando venía de visita a Salta me obligaba a ir a almorzar a lo de mamá. Tenía que salir corriendo de la peluquería, perderme clientas, tomar un taxi hasta San Lorenzo. También me perdía clientes, hay hombres que, a escondidas, se hacen las manos. Son de toda clase, yo no pregunto. Sé que en otros lados andan tranquilos. Aquí no, aquí andan con vergüenza. Lo cierto es que en colectivo no llegaba: me avisaban a último momento. Siempre llegaba tarde, me miraban con mala cara. Gastaba tanta plata en remises, ida y vuelta, pero bueno, él lo quería así. Ya descansaré cuando se vaya, pensaba mientras corría.

Dos años más tarde, de pronto y sin que nadie me avisara nada aparecieron los chicos en casa. Hacía tres días que el papá no estaba, me dijeron. El martes, cuando llegamos de la escuela, papá no estaba y todavía no vino, me dijo Tobías. Los abracé durante un largo rato, no sé, habrán sido días. Los encontré grandes. En un mes habían crecido muchísimo. Quizá la vez que más habían crecido. Justo les tocaba venir a la visita mensual en esos días. Estaban sucios, hambrientos, no habían hecho los deberes de la escuela. María estaba llena de piojos. Llegaron con los guardapolvos puestos, los puños negros, los lavé dos veces. Fue una fiesta. Decían que, al día siguiente, volverían a lo del papá después de la escuela. Si no estaba, vendrían a casa. Así se fueron quedando otra vez en casa.

El otro día tocaron el timbre. Los chicos estaban tomando la merienda. Nos quedamos duros de miedo. Supe que tenía que atender. De nada serviría escondernos en caso de que fuera el padre. Vendría otra vez con los oficiales de justicia.

Ante nuestra sorpresa, no era el padre de mis hijos. Era mi hermano, estaba igual que siempre. No parecía haber estado en la cárcel. O sí, él era capaz de pasarla bien en cualquier lado. Todas eran buenas experiencias, de todo sacaba una conclusión y tenia algo para enseñarme.

“Estuvo bastante bien lo de la cárcel. Salí por buena conducta, me conmutaron la pena. En vez de ocho años fueron dos. Me organicé muy bien el trabajo. Va a andar mejor la empresa. Compré tres combis, con el tema del turismo la cosa se mueve. Pero además, tengo la mejor noticia que te puedas imaginar: me caso dentro de tres meses. Tenés que conocer a mi novia, se llama Karina, tiene veintiséis años, un masters en relaciones públicas. Estamos realmente enamorados, tenemos mucho en común. Nunca me había pasado algo así en la vida. Mamá ya la conoce, se llevaron super bien. Doy por sentado que vas a venir con los chicos, va a ser de largo informal”.

Me entregó una invitación a su casamiento. A los chicos ni los saludó. La abrí, empezó a sonar una música. Luego una voz decía que se casaban. Había fotos de ellos dos que salían por todas partes. Besándose, de la mano, abrazados. Ella era rica, sí, una nena de cabello castaño y ojos verdes. Vaya a saber cómo sería cuando pasara los treinta y cinco.

Permanecí inmóvil. Largo informal. Sentí la misma que presión de siempre por cumplir. Me dije que no, una y otra vez. Ellos me habían sacado a mis hijos. ¿Cómo iba a ir a su casamiento? Y me lo seguí repitiendo durante varias semanas: no tengo que ir a ese casamiento, no tengo que ir a ese casamiento.