La libertad de los huérfanos

La libertad de los huérfanos

Publicado en palabraserrantes.com
H

ay un sueño que tuve una gran cantidad de veces. Mi padre estaba vivo. Yo lo encontraba después de pasar dieciocho años sin verlo. Papá no se sorprendía ni se alegraba. Diría que me evitaba. El hecho de encontrarse conmigo parecía un problema para él, no le generaba felicidad. Le reprochaba que no me hubiera buscado, que no se hubiera contactado conmigo durante tantos años. Papá apenas me escuchaba. Estaba con su mujer, ella me miraba esquiva. Yo la odiaba más que nunca. Papá estaba delicado de salud. Ella lo había cuidado.

Pero a papá lo habían enterrado, yo lo había visto. Había observado cómo descendía el ataúd, lo cubrimos con tierra. Ahí había quedado solamente unos días, me dijeron.

Otra variante del sueño era que yo viajaba a Roma, donde mi padre había vivido los últimos nueve años de su vida, y, de alguna forma extraña, mientras caminaba por Piazza Navona, daba con la casa de mi padre. Se trataba de un departamento en Roma, distinto del que él había tenido. El departamento de mi sueño tenía los techos más bajos, se asemejaba a uno de Buenos Aires. Yo estaba furiosa porque no me habían invitado a hospedarme allí. ¡Cómo podía ser que estuviera en Roma y no le importara!

En todos estos sueños papá estaba mal de salud. Pero nunca me quedaba claro qué tenía. Era inasible.

Otra vez soñé que lo encontraba luego de veinte años. Veinte años sin verlo. Lo había llamado por teléfono decenas de veces, no me atendía. Lamentaba que no hubiera existido el correo electrónico en esa época, creía que quizá a través del e-mail hubiese podido ubicarlo. “Claro, si supiera su e-mail, si supiera su e-mail”, pensaba en el sueño.

Me despertaba agotada por los esfuerzos denodados que había hecho en los sueños por encontrar a mi padre. Estaba cerca, varias veces estaba cerca pero no lograba dar con él. Faltaban dos días para que se cumplieran veinte años de la muerte de mi padre. Sentía la presión de mantener vivo su recuerdo. Cada vez me costaba más. Cada año se alejaba más.

Alguna de las noches que soñaba esto, mi hermana me pasaba algún dato acerca de él. Ella había logrado contactarlo. Yo me enfurecía porque no me había pasado su teléfono con suficiente rapidez. Las respuestas de papá, si lograba que me dijera algo, eran vagas, confusas, se lo notaba abatido, sin interés por verme.

Papá murió cuando yo tenía doce años. Luego de que pasaron más de veinte ya no llevé la cuenta. Hace tiempo que no sueño con él, ni vivo ni muerto.

Hoy es el Día del padre. Ya no estoy presionada por buscarme un padre sustituto, ni lamento no poder festejarle. Probablemente descanse en paz, mientras yo disfruto de la libertad de los huérfanos.