Colectivo veintinueve

Colectivo veintinueve

Publicado en unagomadeborrar.blogspot.com

"Q

ué chico es el mundo!", balbuceó alguien. Miré hacia ése lado de casualidad, o atraída por su mirada perdida, por su aspecto de persona que vive en la calle. Llevaba la barba crecida. Los pelos hirsutos despuntaban de su barbilla. Mantenía la boca entreabierta, antes y después de hablar. Alcancé a ver que llevaba puesto un saco raído y una camisa sin planchar. "Sí, contesté", y asentí con la cabeza. Acabábamos de subir al colectivo veintinueve. Diana y yo. Después de tomar un café con las compañeras de danza. Mientras ponía las monedas en la máquina, los ochenta centavos, intentaba continuar la conversación con Diana. Estaba animada. Venía contándole acerca de un tipo, hombre, ya no sabía cómo nombrarlos, con quien había salido unas veces.

Hasta los treinta y dos o treinta y tres años, los había llamado chicos, chicos con los que salía. A partir de entonces, ya no sabía qué palabra utilizar. Tampoco sabía cómo nombrar esas situaciones en las que a una cena, le había sucedido otra, después cogíamos, después nos volvíamos a ver y luego se terminaba. ¿Había sido un fato? ¿Un one- night- stand, como se le decía en inglés? ¿Y qué pasaba si era más de una noche pero seguía teniendo la misma connotación? ¿Nos convertíamos en amantes? ¿Amantes, si ninguno de los dos estaba casado? ¿O un affaire? Y seguían las palabras en otros idiomas.

Por suerte había asientos, el colectivo estaba casi vacío. Ramiro estaba sentado en un asiento individual. Apenas lo saludé. Lo reconocí. Luego seguí de largo. Me dio vergüenza frenar a saludarlo. ¿Cómo le explicaba quién era ese hombre a Diana? Estábamos en otro tema.

Ante semejantes dificultades con el lenguaje, la conversación se hacía difícil. El viaje en colectivo era corto. Había que ir rápidamente al punto.

El rostro de Ramiro permaneció en mi mente. Le conté a Diana que ya no quería volver a salir con Antonio, ni volver, en fin, no quería volver a intimar?Claro, no había pasado nada malo, pero me parecía que daba hasta ahí, no más.

"¿Y le dijiste?", preguntó Diana. "Porque? ¡qué momento!"

"Sí, la verdad es que me llevó los treinta y ocho años que tengo, poder tomármelo con calma. No sentir que el sexo es algo pecaminoso. Aunque parezca mentira."

"Te creo, es muy difícil."

Me sentía culpable por no haberme detenido a saludar a Ramiro. Me acordé de papá, de su segundo matrimonio, de las veces anteriores en que me había cruzado con Ramiro. En otros colectivos, o por la calle. Lo evité en varias oportunidades. Conversé con él en otras. Me había encontrado sentada a su lado, dos años antes, en otro colectivo, de otra línea y color. De chico, había sido el favorito de papá. El favorito de los hijos de su segunda esposa. ?Ramiro es el que está mejor?, decía papá. Y me lo ponía como ejemplo. El que había estudiado en el Nacional Buenos Aires, igual que papá. El que seguía una carrera científica, igual que papá. Sin embargo, luego de la muerte de papá, Ramiro creyó que un profesor de biología quería robarle el cerebro.

"La última vez que nos vimos fue hace más de una semana. Fuimos al cine, después a cenar: me hablaba todo el tiempo de sus ex mujeres. A la una de la mañana intentaba explicarme el concepto de que su segunda ex mujer pretendía cobrar un sueldo de madre. Mañana se va de viaje por quince días. Cuando me dejó en casa esa vez me preguntó si podíamos vernos antes de que él viajara. Le contesté que no estaba segura."

"¿Y te llamó?"

"No"

"Las sutilezas?"

No había dos asientos juntos, nos sentamos una delante de la otra. Me di vuelta para seguir la conversación. Descarté la idea de contarle quién era el muchacho que me había hablado. A esa altura ya no me quedaban dudas de que Diana ni siquiera lo había registrado. Ni se le podía ocurrir que yo lo conociera. ¿Cómo iba a conocer al loco del colectivo? Subió más gente. Ya no lo veía. A medida que el colectivo se deslizaba, raudo, por la Avenida Córdoba, entraba un aire algo cálido por las ventanillas abiertas del micro.

"¿Te enteraste de que Lucio se fue de vacaciones?"

"¿En plena época de clases? No, no sabía."

"Tres semanas"

"¿En serio?"

"¡Qué envidia!"

"Yo?, estoy un poco complicada. Con este tema de los alimentos. La situación se puso un poco tensa con Marcelo" dijo Diana.

"Y, sí?"

Ramiro recorría la ciudad haciendo trámites, me lo había contado otra de las veces que me lo encontré. Trabajaba como cadete de un laboratorio de análisis médicos de la mujer. "¿Dónde te hacés el papanicolau?", me había preguntado en otro colectivo.

"Al menos, por suerte, él cambió de abogado. Ya no es más tu prima", le dije.

"¡Ay, sí!"

Bajamos del colectivo, caminamos juntas media cuadra hasta la esquina de Gurruchaga y Güemes.

"Tratá de terminar con eso lo antes posible. La vida es otra cosa".

"Lo que pasa es que el abogado no quiere que firme. Dice que puedo conseguir más plata".

"Eso es un engaño. ¡Siempre dicen lo mismo!"

Nos despedimos. Fuimos cada una hacia su casa. Pensé en el colectivo que se había ido, en Ramiro que debía seguir allí, en su cerebro perdido. Nunca hubiese podido contarle a Diana quién era ese muchacho ya canoso sentado en el asiento del veintinueve. Tampoco podría haberle dicho que era el preferido de papá. Y lo que jamás hubiera sonado verosímil es que era, según papá, el ejemplo de salud mental.