El norte

El norte

Publicado en cuartaprosa.com
-Claro que la conocía. ¿No te acordás que ella y yo éramos compañeras de escuela? Parte de la primaria y toda la secundaria. Como la madre era judía, Natalia no iba a misa, ni a catecismo. Se quedaba afuera la pobre. Pero éramos muy íntimas, nos metíamos en los ríos de montaña, cosas así. Ella siempre miraba para allá, como para el norte. Todas creíamos que se quería ir a Bolivia, pero no, quería irse más lejos. Y mirá vos: fue a parar a los Estados Unidos, casi en la frontera con Canadá. A ese lugar donde hace un frío de morirse.
A Agustina le tiembla la voz. Le devuelve el mate a María, que pregunta:
-¿A vos te gustan estas colaciones?
Tiene alzada una confitura envuelta en celofán, la deja caer nuevamente en la caja que contiene las otras once.
-¿Qué te pasa? ¿Ahora estás como los porteños, que vienen a Salta y lo único que se llevan son estas tapitas con dulce de leche?
-Las traje para endulzarnos la vida. Pero después de esto ya no creo que sirvan – lamenta Agustina, y sigue-. Dicen que el hombre era un escritor de allá. Muy famoso. ¿Te acordás que Natalia se la pasaba estudiando inglés?
María ceba otro mate y se acomoda en la silla de mimbre.
-Debía ser por eso que vos decís, de que no iba a clases de religión. Entonces aprovechaba ese tiempo. Leía todas esas novelas en otros idiomas. Escribía también. Se le dio por ahí- concluye.
-No tiene nada de malo, es artístico. Hay mucha gente acá que se dedica a la poesía, a la música, al cine, tenemos de todo en Salta- Agustina habla con el mate en la mano, a modo de micrófono.
-Alguien me dijo el otro día que ella lo amaba, pero que él, no; él era mala persona. Aunque en este caso, no fue que quiso hacerle daño.
– Así dicen, fue sin querer- deja el mate sobre la mesa y hace un gesto con los hombros hacia arriba.

-Parece que todo empezó de casualidad, nomás- afirma María mientras sigue cebando.

-Mirá, ahí entra Tomasito por el jardín. ¡Qué enorme está tu hijo! Ya me pasó, seguro. Le van a tener que decir Tomás- Agustina se levanta de la silla para saludarlo con la mano y esboza por primera vez una sonrisa.

-Antes corría detrás de mí. Ahora parece que corre detrás de las chicas. Así son los hijos, ya vas a ver.

-Veintisiete años tenía. Mi misma edad- dice Agustina mientras acomoda el almohadón y se desploma en la silla.

-La encontraron en la casa de él, parecía viva, pero estaba muerta.

-¿Con los ojos abiertos?

María no responde, luego de unos segundos, empieza a hablar.

-Lo conoció porque le fue a hacer un reportaje. Esos que después salen en los diarios de los domingos, ¿viste? Muchas veces yo los hojeo. Hay cosas interesantes: nuevas ideas, cuentan cómo escriben y ese tipo de cosas que a la gente le gusta saber. Era alto él, lo vi en una foto.

Agustina abre grandes los ojos, como si lo estuviera viendo.

-Veinticinco años más que ella, casado, sin hijos. Debe ser un hombre frustrado.

-¿Cómo se llamaba el lugar?

-Maine, así se escribe. Se dice Mein.

-Como una comida china – María se pone de pie con la pava en la mano, la apoya sobre la hornalla, enciende un fósforo-. Tenía los ojos celestes y el pelo medio largo. En las fotos que yo vi, al menos. Buen mozo, el hombre. Pero mirá que agarrarse a una chica salteña. ¿Le cambio la yerba? Si no, me trae acidez.

-Y ahora que me acuerdo Natalia me había contado, hará un año, que él había tenido un romance con una chica casada, viste que él también estaba casado, aunque no vivía con su mujer. La chica era también escritora, pero de Nueva York… -Agustina baja la mirada y se lamenta-. Ahora me arrepiento de no haberle prestado más atención, claro, cuando ya es tarde.

-¿Fuiste alguna vez por allá? -María la mira a los ojos.

-No, nunca, pero me gustaría. Viajé a España, cuando nos recibimos, con las chicas del profesorado de historia recorrimos el país durante un mes. Era hermoso. Queríamos llegar hasta París, quedó para la próxima. Mirá, te habla Tomasito, sigue por allá.
María se acerca a la puerta de la cocina que da al jardín.
-Que cierre la ventana, me dice. Viene una tormenta. Es que el padre de ella se había ido a vivir a Canadá. Ese fue el problema. Quedó como fijada. ¿Viste?

-El padre de ella también se había casado con una señora de allá. ¿Te acordás?- comenta Agustina, mientras camina hacia la ventana.

Intenta cerrarla, pero no puede, solo gira un poco la manivela.

-No te preocupes, yo cierro. Ahora me voy a dar una vuelta por los cuartos. La ventana del mío también anda medio mal. Está un poco trabada, no se mueve, pero hay que darle con fuerza.

María se levanta y da pasos cortos hacia el pasillo.

-La amante esa de Nueva York murió de cáncer de cerebro. Era rubia. La hermana de una famosa actriz de Hollywood. No me acuerdo el nombre. ¿Sería Ann Beattie?

-Me suena – Agustina levanta la voz.

-La gente de allá, de Estados Unidos, se ha venido para acá. Como está barato, andan comprando los campos, las casas, hasta las rocas se compran. Yo ya no sé si es bueno o es malo- se escucha mientras aparece por la arcada de vuelta en la cocina.

-Natalia me lo contaba todo tan entusiasmada. Le iba tan bien en su profesión. Imaginate: venir de la nada y que allá te presten atención. Es como un sueño.

-Parece… Ustedes son jóvenes. Bueno, ella era porque ya se le acabó.

-Tendría que haberle advertido que la cosa me sonaba mal. Claro, él tenía, digo, tiene, la edad de la mamá de Natalia. Esto que digo parece de vieja, pero no, no era eso, había una sensación en lo que me contaba, como una desesperación. Además, él casado con una mujer de su edad. Natalia se lo tomaba muy a pecho. Todo se lo tomaba a la tremenda. Ese era el problema. ¡Qué oscuro se puso! -dice Agustina al mirar el cielo gris.

-Tendría que desenchufar la heladera. Parece que esta tormenta va a ser de las fuertes, con piedras -María va hacia la heladera, hace fuerza para correrla-. Y dicen que fue así, un día de viento y lluvia. La llevó a andar en canoa y se les dio vuelta. Terminaron en el agua. Él la agarró para que no se la llevara la corriente. Demasiado fuerte la agarró a Natalia.

Un relámpago ilumina la cara de María.

-¿Del cuello, no? -Agustina va a ayudar a María.

-Del cuello, sí.

Varios truenos suenan al unísono, el ruido de la lluvia resulta ensordecedor, sin embargo, Agustina logra oír la frase de su amiga:

-Para la esposa del escritor, seguro fue un alivio.-Claro que la conocía. ¿No te acordás que ella y yo éramos compañeras de escuela? Parte de la primaria y toda la secundaria. Como la madre era judía, Natalia no iba a misa, ni a catecismo. Se quedaba afuera la pobre. Pero éramos muy íntimas, nos metíamos en los ríos de montaña, cosas así. Ella siempre miraba para allá, como para el norte. Todas creíamos que se quería ir a Bolivia, pero no, quería irse más lejos. Y mirá vos: fue a parar a los Estados Unidos, casi en la frontera con Canadá. A ese lugar donde hace un frío de morirse.

A Agustina le tiembla la voz. Le devuelve el mate a María, que pregunta:

-¿A vos te gustan estas colaciones?

Tiene alzada una confitura envuelta en celofán, la deja caer nuevamente en la caja que contiene las otras once.

-¿Qué te pasa? ¿Ahora estás como los porteños, que vienen a Salta y lo único que se llevan son estas tapitas con dulce de leche? -Las traje para endulzarnos la vida. Pero después de esto ya no creo que sirvan – lamenta Agustina, y sigue-. Dicen que el hombre era un escritor de allá. Muy famoso. ¿Te acordás que Natalia se la pasaba estudiando inglés?

María ceba otro mate y se acomoda en la silla de mimbre.

-Debía ser por eso que vos decís, de que no iba a clases de religión. Entonces aprovechaba ese tiempo. Leía todas esas novelas en otros idiomas. Escribía también. Se le dio por ahí- concluye.

-No tiene nada de malo, es artístico. Hay mucha gente acá que se dedica a la poesía, a la música, al cine, tenemos de todo en Salta- Agustina habla con el mate en la mano, a modo de micrófono.

-Alguien me dijo el otro día que ella lo amaba, pero que él, no; él era mala persona. Aunque en este caso, no fue que quiso hacerle daño.

– Así dicen, fue sin querer- deja el mate sobre la mesa y hace un gesto con los hombros hacia arriba.

-Parece que todo empezó de casualidad, nomás- afirma María mientras sigue cebando.

-Mirá, ahí entra Tomasito por el jardín. ¡Qué enorme está tu hijo! Ya me pasó, seguro. Le van a tener que decir Tomás- Agustina se levanta de la silla para saludarlo con la mano y esboza por primera vez una sonrisa.

-Antes corría detrás de mí. Ahora parece que corre detrás de las chicas. Así son los hijos, ya vas a ver.

-Veintisiete años tenía. Mi misma edad- dice Agustina mientras acomoda el almohadón y se desploma en la silla.

-La encontraron en la casa de él, parecía viva, pero estaba muerta.

-¿Con los ojos abiertos?

María no responde, luego de unos segundos, empieza a hablar.

-Lo conoció porque le fue a hacer un reportaje. Esos que después salen en los diarios de los domingos, ¿viste? Muchas veces yo los hojeo. Hay cosas interesantes: nuevas ideas, cuentan cómo escriben y ese tipo de cosas que a la gente le gusta saber. Era alto él, lo vi en una foto.

Agustina abre grandes los ojos, como si lo estuviera viendo.

-Veinticinco años más que ella, casado, sin hijos. Debe ser un hombre frustrado.

-¿Cómo se llamaba el lugar?

-Maine, así se escribe. Se dice Mein.

-Como una comida china – María se pone de pie con la pava en la mano, la apoya sobre la hornalla, enciende un fósforo-. Tenía los ojos celestes y el pelo medio largo. En las fotos que yo vi, al menos. Buen mozo, el hombre. Pero mirá que agarrarse a una chica salteña. ¿Le cambio la yerba? Si no, me trae acidez.

-Y ahora que me acuerdo Natalia me había contado, hará un año, que él había tenido un romance con una chica casada, viste que él también estaba casado, aunque no vivía con su mujer. La chica era también escritora, pero de Nueva York… -Agustina baja la mirada y se lamenta-. Ahora me arrepiento de no haberle prestado más atención, claro, cuando ya es tarde.

-¿Fuiste alguna vez por allá? -María la mira a los ojos.

-No, nunca, pero me gustaría. Viajé a España, cuando nos recibimos, con las chicas del profesorado de historia recorrimos el país durante un mes. Era hermoso. Queríamos llegar hasta París, quedó para la próxima. Mirá, te habla Tomasito, sigue por allá.

María se acerca a la puerta de la cocina que da al jardín.

-Que cierre la ventana, me dice. Viene una tormenta. Es que el padre de ella se había ido a vivir a Canadá. Ese fue el problema. Quedó como fijada. ¿Viste?

-El padre de ella también se había casado con una señora de allá. ¿Te acordás?- comenta Agustina, mientras camina hacia la ventana.

Intenta cerrarla, pero no puede, solo gira un poco la manivela.

-No te preocupes, yo cierro. Ahora me voy a dar una vuelta por los cuartos. La ventana del mío también anda medio mal. Está un poco trabada, no se mueve, pero hay que darle con fuerza.

María se levanta y da pasos cortos hacia el pasillo.

-La amante esa de Nueva York murió de cáncer de cerebro. Era rubia. La hermana de una famosa actriz de Hollywood. No me acuerdo el nombre. ¿Sería Ann Beattie?

-Me suena – Agustina levanta la voz.

-La gente de allá, de Estados Unidos, se ha venido para acá. Como está barato, andan comprando los campos, las casas, hasta las rocas se compran. Yo ya no sé si es bueno o es malo- se escucha mientras aparece por la arcada de vuelta en la cocina.

-Natalia me lo contaba todo tan entusiasmada. Le iba tan bien en su profesión. Imaginate: venir de la nada y que allá te presten atención. Es como un sueño.

-Parece… Ustedes son jóvenes. Bueno, ella era porque ya se le acabó.

-Tendría que haberle advertido que la cosa me sonaba mal. Claro, él tenía, digo, tiene, la edad de la mamá de Natalia. Esto que digo parece de vieja, pero no, no era eso, había una sensación en lo que me contaba, como una desesperación. Además, él casado con una mujer de su edad. Natalia se lo tomaba muy a pecho. Todo se lo tomaba a la tremenda. Ese era el problema. ¡Qué oscuro se puso! -dice Agustina al mirar el cielo gris.

-Tendría que desenchufar la heladera. Parece que esta tormenta va a ser de las fuertes, con piedras -María va hacia la heladera, hace fuerza para correrla-. Y dicen que fue así, un día de viento y lluvia. La llevó a andar en canoa y se les dio vuelta. Terminaron en el agua. Él la agarró para que no se la llevara la corriente. Demasiado fuerte la agarró a Natalia.

Un relámpago ilumina la cara de María.

-¿Del cuello, no? -Agustina va a ayudar a María.

-Del cuello, sí.

Varios truenos suenan al unísono, el ruido de la lluvia resulta ensordecedor, sin embargo, Agustina logra oír la frase de su amiga:

-Para la esposa del escritor, seguro fue un alivio.